9 de julio de 2016

Sobre el Palindromito

8 de Julio del 2016

 Yo quiero ser modelo

Fue el comentario que, por casualidad, le alcancé a escuchar a una niña de máximo nueve años, una niña bajita y llenita, tierna. Todo su salón se botó de la risa, una risa que retrataba perfectamente el cómo son los niños: sinceros y crueles. Luego los comentarios: ¿Modelo? Pero si tú estás gorda, estás chaparra, estas fea, estas… estas… estas…  De verdad aquello fue muy rápido, un bombardeo literalmente. Yo pensaba que los jurados o castings pueden ser crueles pero aquella masacre infantil fue una cátedra de brutalidad, una lección de lo que un grupo de lenguas educadas por los estereotipos puede hacer y deshacer. La niña aguantó estoicamente lo más que pudo, unos tres o cinco segundos, después de eso rompió en llanto, y sólo dos o tres párvulos hicieron gala de que aún tenían algo de humanos cuando en su rostro se dibujó aquella expresión tipo “ya la cagamos, pobre” Y se retiraron. El resto, dibujó una sonrisa triunfal, algo así como:  chingada madre, te estamos ahorrando muchos tropiezos y en vez de agradecernos tú te pones así, que lata contigo, no queda más que reírse de ti por ser tan boba.

No sé cuánto tiempo, pero a mí me costó reponerme de aquello que había visto, son de esas veces que los segundos se te hacen eternos, como en un accidente de carretera, donde parece que todo va en cámara lenta y en realidad es una fracción de minuto y el tiempo recobra su ritmo normal cuando ya ves la sangre o sientes el dolor. Si a mí que fui sólo un espectador ocasional me tardó en regresar el aliento supongo que aquella niña estaba en shock aún, y no sé muy bien porqué (o quizá sí) pero ahí se me fue la lengua

– ¿Modelo? ¿Y por qué no doctora, o arquitecto? ¿Por qué no piloto?

El resto de los niños volteó a verme, no se habían dado cuenta que un “adulto” había visto su circo romano, la niña, llorando me preguntó

– ¿Doctora? ¿Piloto? ¿Piloto de los que vuelan aviones?

– Sí…

– ¿Hay mujeres piloto?

– ¡Claro que sí!

– No es cierto ¿Usted conoce a alguna?

Y por meterme en lo que no me importaba me lleve el gancho al hígado. Esta es la primera vez que escribo el nombre de ella, siempre hablo de ella como la Wonder Woman, pero esta vez no.  No pude responder tan rápido como hubiera querido o como debiera, la imagen de Ana piloteando algún avión de su abuelo o de su tía me vino a la cabeza, me quedé pensando en eso.

– Sí… conozco a una.

No es cierto.

– Sí es cierto, conozco a una mujer piloto que además era modelo.

El rostro de tristeza de la niña cambió a uno de asombro con infinita incredulidad, cuando vi las  expresiones de los demás niños y niñas no estaban tan lejos del de ella. Supongo que la niña vio algo de sinceridad en mí o quiso convencerse,  quizá se engañó lo mismo que yo con Ana, pero estuvo bien, eso le bastó.

– ¡Ya vieron! Seré modelo y volaré aviones

– O puedes ser doctora…

– Y modelo…

– O…

– Y modelo.

Punto, no había más. Afortunadamente el timbre de la escuela me salvó de aquella escena, ni siquiera estaba en clase, ni siquiera recuerdo si fue el timbre para recreo o salida o para qué, pero aquello me dejó sembrado, supongo, lo que después vendría.

Sin quererlo Ana me había ayudado en algo laboral, y más que eso, incluso más que regalarme un poemario o falditas imposibles,  Ana me había ayudado a que una niña no se sintiera hecha mierda.

¿Por qué carajo las niñas quieren ser modelos?  Creo que Ana lo disfrutó lo mismo que lo sufrió, quizá una exmodelo sería una buena ponente para hablar con niñas sobre eso, en fin.

Los días pasaron y a mediados de diciembre, después de la pastorela, la Directora Académica de la primaria me pidió que montara obra con todos los grados.  Me puse a buscar y a adaptar cosas para los niños, me tardé relativamente poco en tener obra para todos los grupos, para todos menos para el grupo en el que iba la niña de la historia de arriba. Juro que busqué, y busqué y busqué, pero nada me convenció. Así que recordando aquella escena, y escuchando a José Alfredo Jiménez, y aun ensayando eso de olvidar a Ana, una madrugada empecé a bocetar aquello.

Siempre he escrito de la Ana que me inventé y otro poco de la que fue, hablar de esa (o esas) Ana(s) para niños hubiera sido como escribirles una obra del Marqués de Sade o algo a lo Bukowski, pero…  todo tiene un origen, o al menos eso dicen, también ellos, ella, yo, todos fuimos niños ¿y si hacemos hablar a la Ana niña? Si logré inventarme y creerme que llegó a quererme,  a huevo que podía inventarme lo otro, además, al igual que en muchos poemas y (pretensas) canciones ella ya me había dado la letra, toda la historia, era sólo cosa de ordenar eso.

Si va a haber Ana en una obra tiene que haber Ponys y Unicornios, y definitivamente, pero muy, muy, muy definitivamente debe de haber Cocodrilos. Y debe de hablarse (del ego) de la “dragona por antonomasia”.  Y como es una Ana chiquita deben de estar esas dos deseadas hermanas “las trillizas” que siempre soñó que eran. Pero ¿Ana? Ana no dejaba de sonarme al “vodka otra vez” Así que me fui por lo fácil: Anita. ¿Y el conflicto? Simple: ser (o no ser) un palíndromo.

La obra es un mal viaje muy personal, es lo único que he escrito de ella desde aquel último enero del 2015 en que nos vimos para que al final me pidiera no volverla a buscar jamás. Pero no exagero si digo que por esta también, como por todo lo que ha inspirado la cabrona, podría cobrarme derechos de autor, más de la mitad de la obra es ella y sus alucines, sus voces, su fantasmas y deseos que me compartió.

Dentro del salón había una niña que cuyo nombre era el color favorito de la verdadera Ana, esa niña, cuando terminamos de leer la obra por primera vez dijo: “No sólo Anita, la obra es un palíndromo. Y Anita ve todo en colores y está loca” Luego el niño que hace de Viajero: “Es que al personaje le duele, esta triste todo el tiempo y ha enloquecido por culpa de Anita, por eso cree que aprendió a viajar por el tiempo pero no lo hace, sólo se inventa todo, porque la extraña”

Y así todos y cada uno de los niños empezó a darle una lectura muy peculiar (y a darme señores madrazos) a lo que hoy quise recordarme porqué escribí.

La niña que quería ser modelo, sí, la bajita llenita, ahora quiere ser como Anita, ojala que nunca se convierta en Ana si no toda la vida no me alcanzará para perdonarme el no haberla dejado llorar a gusto aquella tarde para luego detonar, junto con aquella, esta cosa.

Hoy (bueno,  ya es de madrugada, así que ayer)  fue el último ensayo con los niños, presentan en menos de una semana, es increíble lo que ellos han hecho con esta cosa. Lo que me han dejado. Por cierto, hoy la niña que va a hacer Anita llegó bastante molesta, me dijo que su mamá había leído la obra y le dijo que la vestiría de hippie, porque obviamente  Anita era hippie. Sólo pude reírme.

Siempre me ha gustado que los chicos, para el vestuario, usen cosas que tienen en casa, nunca me ha gustado que  los padres terminen viendo la clase como otra vez tengo que comprar un vestuario tipo día de las madres o festival de primavera que sólo se usará una vez. Cuando llegamos al Cocodrilo yo lo imaginaba con ropa café, o verde o gris, no sé, a lo más una máscara mal hecha, cuando lo sugerí al niño que lo va a representar el pobre se quedó con cara de querer matarme y se le salió un sincero

– ¡No manche! Si llevo ahorrando todos mis domingos para comprarme mi traje de Cocodrilo.

Obviamente ni lo pude regañar por el regaño y ni le pude decir que no.

Ni idea de cómo les salga la obra a estos futuros púberes.


Sí, estoy estúpida e ingenuamente feliz, es decir: teatralmente contento.