Verá, para lograr prender un cigarro
bajo la lluvia se requiere de verdadera concentración y sobre todo de mucha
precisión, exactitud; en el breve instante que dura la acción de encender el
cigarrillo toda la atención debe de estar focalizada en ello. Es una técnica,
aunque de un escaso colectivo anónimo, completamente individual que sólo es
posible desarrollar con la experiencia que brinda el paso de los años.
Lograr encender un cigarro bajo la
lluvia implica un largo periodo de entrenamiento, la habilidad básicamente se
desarrolla bajo techo o en el exterior durante periodos de sol. La primera fase
de prueba es lograr encender el cigarrillo mientras hay un ventarrón de aire,
sin embargo hay zonas donde estos son difíciles de encontrar por lo que
esperarlos resulta contraproducente al mismo entrenamiento y desarrollo de la
habilidad, sin embargo cuando hay corrientes de viento, preferentemente fuertes,
es recomendable ponerse el cigarro en los labios para encenderlo, o al menos
intentarlo.
El movimiento o la forma de “la
casita” que se hace con la mano es
fundamental, ésta consiste en doblar la mano hacia adentro para guarecer, por
una parte al tabaco, y por otra al fuego que le dará vida. La forma de “la
casita” no tiene ningún mérito físico o de elevada coordinación motriz, la
forma es simple, en realidad muy simple, prácticamente consiste en doblar los
dedos de la mano, sin embargo la utilidad y efectividad de ella será lo que
determine si está hecha de manera correcta o simplemente es un puño mal cerrado
o una mano entreabierta.
La técnica de “la casita”, al igual
que el encendido del tabaco, debe de practicarse en terreno árido, esto implica
también comenzar a conocerse hasta llegar a dominar el cuerpo mismo, al menos,
en estos casos, las manos y los labios. Mientras una cubre el cigarro y el
fuego, la otra debe de encender el cigarro sin dañar a la protectora o a los
labios, quienes, seguros, sostienen el filtro de manera firme pero suave para
poder dar el tiro que encender el cigarro requiere. Como puede darse cuenta,
esta no es una tarea de fácil coordinación en su conjunto, por ello la
importancia de practicarla arduamente.
Una vez que el sujeto ha logrado
encender el cigarro con un aire considerable de por medio, y ha repetido esta
acción de manera favorable al menos durante unas cinco cajetillas, e incluso si
ha fracasado múltiples veces, es momento de ponerse a analizar y valorar una
herramienta fundamental en esta tarea: el fuego.
Con o sin lluvia el fuego es
indispensable para encender un cigarrillo, este puede encontrarse a la mano de
cualquier fumador en dos presentaciones que a su vez tienen diferentes
versiones: el encendedor y los cerillos.
Por un lado hay varios tipos de
encendedores, desde los más económicos de plástico y desechables, hasta los más
caros con hermosos acabados los cuales funcionan, igual que sus hermanos
pobres, con gas o bien, los más
pretenciosos, con gasolina, en ambos casos pueden encontrarse modelos
recargables. Cual sea el caso, la marca o tipo de encendedor no importa en la
esencia siempre y cuando este cumpla con la función para la que fue diseñado:
dar fuego.
Es obligación del fumador conocer su
encendedor, conocerlo a fondo me refiero, cada encendedor que pasa por las
manos de un fumador debe de ser estudiado a conciencia, debe de saberse su
largo, ancho y espesor, su peso, las dimensiones si bien no son estudiadas con
regla o escalímetro, es obligación del fumador desarrollar la habilidad para
mimetizar las medidas al grado de poderlas referenciar en el sistema decimal, aunque
con amplio margen de error por la relatividad que la perspectiva y nociones
referenciales brindan, con entera exactitud para sí, me refiero con eso que el
fumador debe tener la capacidad de meter su mano al bolsillo del pantalón donde
guarde varios objetos y con el sólo sentido del tacto lograr encontrar dicha
herramienta en máximo un segundo para proceder a sacarla y encontrar que acertó
en la selección, por muy similar que sea otro objeto que se cargue en las
bolsas del pantalón un buen fumador no puede equivocarse al sacar el encendedor
del bolsillo, debe, siempre, siempre, siempre, encontrarlo y sacarlo a la
primera, esto obviamente implica también un periodo de entrenamiento aunque no
tan largo como los anteriormente mencionados, cuando una persona tiene las
habilidades necesarias por naturaleza desarrollará éstas en un periodo de días
que no sobrepasen, en ningún caso, el mes.
Por otra parte tenemos también los
cerillos, en el mayor de los casos más económicos incluso que el encendedor más
precario. Los cerrillos también tienen abolengo, pero en general pueden
encontrarse de madera o de plástico, y en cajitas de diferentes tamaños ya que
estos, al igual que el encendedor, también se usan para otros fines menos
personales que encender un cigarro. Para el fumador se recomiendan los cerillos
de cajas pequeñitas por la practicidad que estos representan para transportarse
en la bolsa del pantalón. A diferencia del encendedor cuya ejecución de encendido
para provocar la combustión es indispensable sólo una mano, aquí son necesarias
las dos ya que una sostendrá la cajita donde este viene con otros tantos, unos
treinta o cuarenta, mientras la otra tomará al cerillo para rasparlo contra la
franja lateral, normalmente de un color café, que se encuentra en dicha cajita,
lo cual provocará una chispa que dará fuego y así poder encender el cigarro.
Esta maniobra como es de suponerse implicará más pericia al momento de hacer “la
casita”, ya que la mano que sostiene dicha caja es la misma que debe de
resguardar con “la casita” al cigarro y al fuego, sin embargo esto no es
imposible, sólo requiere de un técnica igualmente personal, desarrollada por el
fumador que ha elegido su herramienta.
Cabe mencionar que encender un cigarro
con encendedor o cerillo no trae variaciones en el resultado, siempre y cuando
el encendido se haga se manera correcta, sin embargo con el paso de los años el
buen fumador notará que el sabor del cigarro cambia dependiendo de con qué herramienta
se decida prenderlo. Habrá también tabacos que prefieran, por alguna extraña
razón, hermosa y celosa química, el fuego de uno o de otro para dejar un mejor
sabor en el paladar.
Regresando al punto original, debe
también de considerarse la técnica para abrir la cajetilla bajo la lluvia sin
que esto afecte a los cigarros que quedarán dentro de la misma. Desde que la
cajetilla se toma con la mano esta debe cubrirla cuidando que el agua de la
lluvia no moje el cartoncillo del que se toma o bien, en lluvias fuertes, la
moje lo menos posible. Posteriormente, al abrirla, el movimiento al sacar al
cigarrillo elegido debe ser ágil y preciso, dudar en qué cigarro se sacará o
tomar dos por equivocación o falta de pericia puede provocar que toda la
cajetilla se dañe por el agua inutilizando así los cigarros que ésta guarecía.
Cuando el fumador se encuentra bajo la
lluvia y va a fumar, en un lapso de segundos, tres o como máximo cinco, debe de
tener la capacidad de sacar la cajetilla, de ella el cigarro para ponerlo entre
los labios, tomar adecuadamente el encendedor, hacer “la casita” y encender el
cigarro con el primer chispazo. Guardar de manera inmediata la cajetilla y ya
con más calma, pero no tanta, el encendedor (o los cerillos). Prender un
cigarro bajo la lluvia no es tan fácil como pudiera parecer, es una habilidad
que se desarrolla. No es una acción, como quizá se lo han hecho creer,
sencilla, simple, sin embargo fumar bajo la lluvia, caminar con el cigarro
mientras el agua no deja de caer y seguir fumando, continuar arrojando
bocanadas de humo y tener esa flechita de fuego entre las manos mientras el
aire sopla y el cielo gris continúa cayéndose a húmedos pedacitos, eso… eso es gusto
por romper las reglas, hasta de la misma lógica, caminar bajo la lluvia
mientras se fuma es un placer que desafía a las leyes de la física, y la física
(como buen fumador, y bebedor de café, lo sé bien) por sí misma es placer puro,
ahora imagine lo que pasa cuando se juega con ella y con algo de suerte un
cuerpo de mujer, también mojado, aparece en esta suerte de irreverencia.
Prender un cigarro antes o después de
irse con una mujer es tema aparte, la lluvia y los cigarritos nunca son tan
crueles y como sea no dejan tan enfermo como ellas que lo empapan a uno de
risas, orgasmos y miradas, para luego fumarnos y dejarnos por ahí tirados. Por
eso uno aprende que es menos peligroso ponerse entre los labios un cigarrito
que llevarlos a los fatales carmesís de esas faldas que bajo lluvia encienden
más que cigarros.