17 de junio de 2016

EL ESCENARIO, ESE MONSTRUO CABRÓN

Era una salita pequeña, de cien butacas a lo más, era mucha locación para aquel cursito o taller. La salita estaba iluminada con luz de trabajo pero el instructor había mandado a iluminar el centro del escenario con un cenital. El instructor, discípulo de Azar (lo mejor en su currículum, o al menos lo que más le dejó), llegando bastante tarde finalmente hizo su entrada teatral por entre los pasillos, nos barrió a todos, habremos sido veintitantos. 

- ¿Quién cree en dios? ¿O en los dioses?

Fui el único tarado que alzó la mano. Creo en ambos, en ese hijo de puta que, según las sagradas escrituras, lo mismo puede ahogar a un pueblo entero que mandar a matar a su hijo por divertirse un rato; y en esas cabronas divinidades tan mundanas, tan piadosas y mezquinas.  

Bajé mi manita y él se rió. Señaló a alguno de los asistentes y lo puso de pie.

- ¿Usted  no cree en dios o en los dioses?
- No. La razón…
- Los escépticos no son buenos para el teatro. Mírelo, mírenlos…  – Sin subirse al escenario el tipo señaló la luz del cenital –  ¿Cómo no pueden creer en algo que ven, que está frente a ustedes? Ahí está, ahí está dios y ahí están los dioses.

El escenario, ese monstruo cabrón, ese dios que lo mismo puede ser tan misericordioso y que a veces no tiene piedad de quienes lo pisan. Ese espacio fuera del espacio, atemporal, que puede aniquilar o dar, a través de lo efímero, vida eterna.

No sé qué explicación física pueda dársele al escenario,  sé que mucho de la magia del medievo era en realidad ciencia incomprendida. No entiendo lo que pasa ahí arriba, sólo sé que desde abajo es evidente cuando el escenario masacra a quien no quiere y cobija a sus elegidos.

Yo no sé si dios o los dioses, algún fantasma, o alguien en verdad esté ahí habitándolo lo mismo en el obscuro que entre luces o bambalinas, pero hoy recordé aquello, y así como no entiendo las sombras que veo, los sonidos o voces que a veces llegan, pero sé que aquí están y son reales, después de años tampoco entiendo la magia que hay en ese lugar, pero sé que es real, y sé que así como los fantasmas a veces hasta se dejan grabar, el escenario es cabronamente sincero, y no acepta intrusos, no acepta a quienes no ha tocado, supongo que para ellos está el cine y la tele, pero la tabla, el telón, la escena…  La belleza de ver cobijados a quienes acepta es comparable con el terror y aburrimiento de ver a quienes desprecia.

Yo que siendo tan hereje peco en el exceso de respeto a ese terreno sagrado. Lo que sea que viva ahí arriba es eterno.  Y aunque uno normalmente prefiere salir de la sala antes que seguir viendo la masacre que el escenario hace con quienes lo pisan hoy la envidia de ver a un par de elegidos me  hizo recordar  aquello.




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