3 de octubre de 2017

LA ESCUELA QUE VEO (Y VIVÍ)

Siempre la entendí, o la viví, como un método de control, una especie de órgano con vida que te impedía expresarte, imposible tener dudas de nada y manifestarlas so pena del castigo correspondiente a esa interrogante. Soporté en ella a muchos de los más grandes imbéciles que he conocido en la vida: Mendoza, Bruno, José Luis, Balandra, Grisell, y muchos otros y otras.

Vi como en ella, desde secundaria hasta Bellas Artes, se fomentaba y respaldaba la pederastia, la drogadicción, la prostitución y la corrupción, desde el pseudoprofesor que cobraba quinientos por un seis o siete en cada examen, hasta los que cobraban a las chicas diferentes tarifas que iban desde verles las piernas hasta el acoston.

He visto a chicos y chicas rendirse ante el sistema escolar,  dice Durkheim que “La educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre aquellas que no han alcanzado aún un grado de madurez suficiente para desenvolverse en la vida social. Tiene por objeto el suscitar y desarrollar en el niño un cierto número de estados físicos, intelectuales y morales, que exigen de él tanto la sociedad política tomada en conjunto como el medio especial al que está destinado particularmente” Vi cómo esa educación escolar era primero rechazada y luego asimilada y ejecutada por la mayoría.

No hablo propiamente de un horario, de un uniforme, de las reglas (muchas de ellas incomprensibles) sino de esa investidura que la escuela le da al “profesor” o “profesora” para ejercer toda la violencia posible sobre el alumno, y transformarlo en eso que el sistema requiere. Bourdieu no exageró, el actual sistema de violencia simbólica ha podido, y puede más, que los golpes.

Decía Nietzsche “entre ellos pero no de ellos” Me sobran los dedos de las manos para contar a los infiltrados de las aulas, a los verdaderos maestros y maestras que están ahí no para someter o transmitir el miedo, sino el conocimiento verdadero y una rebeldía consiente, no de panfletos improvisados ni improvisada, esos que hablan y entienden la educación y su ciencia como un medio de formación humana antes que otra cosa: teatro, matemáticas, historia, literatura, sociología, no importa cuál sea la materia, quien tiene verdadera formación humana y no ha sido sometido por las mieles de la institucionalización actual coincide en que su ciencia, cualquier área de conocimiento, antes que nada debe servir no para simplemente conocer algo, mucho menos para fanfarronear de lo leído y aprendido, sino para hacer de la persona una persona mejor.

Shakespeare se queda en anécdota sino te hace mejor persona, una ecuación, una teoría, cualquier autor o ejercicio físico o mental aplica exactamente igual. Por eso hay quienes han preferido tergiversar la historia y hay quienes aceptan enseñarla así: adultera, porque ellos han cedido ante los mitos que el poder ha diseñado para sostener una estructura corrompida que les permita la mayor inmunidad e impunidad, porque a esta actual institucionalización le sirve más que las personas memoricen una pseudohistoria, donde han podido transformar a las personas en personajes que dan la moraleja que ellos quieren,  la deshumanización es indispensable para la industrialización, el neoliberalismo no acepta cuestionamientos a no ser que se sometan a plazo fijo y con intereses redituable.

Ya Gramsci cuestionaba esa poca relación que tenían las aulas con la vida real. Si un profesor o profesora de cualquier materia, desde química hasta educación física, pasando por cualquier asignatura, no tiene la capacidad de responder a: ¿y eso cómo se aplica en la vida? O ¿y eso qué tiene que ver con la vida real? No debería de tener el derecho de estar frente a grupo; sin embargo se entiende que prácticamente ningún “docente” pueda hacerlo, porque ellos son parte del problema, de esas pequeñas piezas que el sistema ordena, ellos también fueron manufacturados con esa educación bancaria de la que Freire hablara, y sí, nadie puede dar lo que no tiene. El problema de no someterse, como alumno, ya se sabe: desde reportes y calificaciones reprobatorias, hasta expulsiones, incluso no ya de una escuela, sino del sistema escolar mismo. “Sistema” quizá la versión a pequeña escala de la macro podredumbre.


La sacudida al sistema

El pasado 19 de septiembre de este año, así como en otros, por la mañana, se hacía un simulacro en varios lugares, entre ellos escuelas, en memoria al terremoto ocurrido en el D.F. en 1985 donde miles de personas perdieron la vida. Muchos de los docentes que he conocido a lo largo de mi vida han sido incapaces de transmitir no sólo las medidas de seguridad que deben seguirse durante un temblor, sino que aun habiendo vivido aquello en carne propia nunca pudieron transmitir el duelo de ese año, la conciencia y la empatía hacia otros, más de una vez, en años anteriores, en algunos colegios me tocó escuchar a chicos con comentarios como “y a mi qué” afortunadamente muchos de ellos cedieron a escuchar e interiorizaron ese qué.

Treinta y dos años después de aquel mortal 85, este años, horas después del simulacro, la Ciudad de México (así como otros estados de la República), se vio nuevamente estremecida por un terremoto que dejó pérdidas no sólo inmobiliarias, sino humanas, sin embargo, contrario a lo que podrían haber pensado muchos son los jóvenes quienes han salido a las calles para ayudar. Obreros, amas de casa, oficinistas, y más, junto con miles de jóvenes, se organizaron sin necesidad de nadie (sobrepasando por mucho a un Gobierno no sólo inoperante sino al parecer inexiste) para rescatar a personas que habían quedado entre los escombros, juntar víveres, llevar y traer ayuda, difundir información.

Muchas actividades se suspendieron, más de una empresa tuvo que cambiar su lugar de operaciones por los daños que sufrió el edificio donde laborara, y hablo de las empresas consientes, porque más de una trasnacional ha negado, aún con cuarteaduras de metros, que sus inmuebles tenga daños severos ¿laissez-faire?, miles de personas han quedado sin hogar, otras sufrimos grandes daños en nuestras viviendas, y las construcciones que sirven como escuela no son la excepción.

Si bien una primaria, secundaria, preparatoria y hasta universidad, pueden ser lugares exentos de la ley en el sentido que en ellos puede ejercerse la discriminación, la corrupción, el maltrato, la humillación y muchas otras situaciones que atentan contra la integridad de la persona porque el sistema las protege, también es verdad que por muy grande que sea ese sistema no puede proteger a esos lugares de desastres como el que ocurrió el pasado 19 de septiembre.

Apenas a dos días, el actual secretario de educación ya hablaba de reanudar clases. Si bien no todas las escuelas se cayeron como el ahora famoso colegio Rebsamen (pobre Don Enrique, se ha de estar revolcando de saber en lo que su apellido se usara) o mejor dicho, no lo sabemos, ya que no se ha hablado de escuelas en otros estados o lugares que las televisoras no consideran propios para obtener rating, y hay que recordar que aún hay lugares donde internet no llega ¿qué pasa con los posibles daños estructurales que sufrieron los edificios? ¿Con la integridad y seguridad de los que ahí dan y toman clases?

Son los jóvenes quienes hasta este día no han dejado de marcar la pauta, por lo que sea: porque no trabajan, porque no tiene otra cosa que hacer, porque papá o mamá los mantiene, porque las mangas del muerto. Son ellos los que han sido imparables 24 x 24. Sin embargo esta apremiante necesidad que las autoridades manifestaran por devolverlos a la escuela habla también del miedo que el Gobierno les tiene ¿de qué otra forma controlar a toda esa masa que está ayudando a salvar vidas sin cobrar, sin tener a un coronel o teniente a quien rendirle informes de las labores propartidistas y capitalizar cualquier acción? ¿Cómo controlar a los que no dejan de grabar los hechos de corrupción por parte del DIF, gobernadores, alcaldes municipales y fuerzas del orden? ¿De qué forma controlar a esos mal educados que reportan y cuestionan el desvío de la ayuda solidaria? Si Díaz Ordas viviera habría solucionado esto haciendo otra masacre, y quizá el actual priismo ya lo pensó, pero a diferencia de 1968, el mundo ahora está viendo, casi en tiempo real, lo que ocurre en México gracias a las redes sociales, por muy omnipresente que el actual Estado sea no puede controlar las millones de cuentas en facebook y twitter, secuestrar y asesinar periodistas es una cosa, pero matar a más de una generación de mexicanos que está viendo por México es muy diferente a sólo desaparecer a 43.

El Gobierno tiene una gran urgencia en que los jóvenes regresen a clases, entre más tiempo se les permita estar ayudando en la actual desgracia menos podrán robar, entre más “tiempo libre” tengan estos muchachos la información que difundan será de mayor peligro para ellos, les seguirá haciendo más complicado el camino para desviar todos los recursos posibles, se les seguirá cuestionando públicamente de todos los miles de millones que ya han desviado, así como de la ayuda material que continúan secuestrando para etiquetarla y distribuirla a cambio de un voto o lo que el partido considere vale esa ayuda.

Al igual que los jóvenes, los verdaderos Maestros, esos infiltrados en las aulas, están también en las calles, no en bicicletas o motos, o quizá tampoco levantando las pesadas piedras de la corrupción inmobiliaria, pero se les ve en los centros de acopio, repartiendo víveres, en los hospitales o albergues, ayudando desinteresadamente, llevando a la práctica su materia, ese es el verdadero conocimiento. Y a ellos, también urge regresarlos a un lugar donde estén más controlados.

Los alumnos de distintas universidades estuvieron y siguen estado a la altura  no sólo en cuanto a rescate se refiere, sino en recolección, distribución y organización.

En unos días “todo volverá a la normalidad”, esa normalidad que al Estado le es conveniente. Sin embargo, la única diferencia es que todos esos jóvenes, no importa si son de la UNAM, del IPN, la UPN, la UACM, la UAM, o particulares (que han sobrepasado por mucho a cualquier órgano gubernamental) e incluso los alumnos de prepas y secundarias, ahora tendrán un hecho histórico reciente, vivido en carne propia, ahora a los adscritos del sistema les costará, al menos por unos dos o tres años, responder de manera medianamente adecuada a cada cabeza pensante que cuestione en Cívica y Ética, en Historia, en Geografía, en Física, Matemáticas, o cualquier asignatura.

Lo que estas generaciones de jóvenes vivieron está ya ocasionando un verdadero temblor en la estructura política del país y todo apunta a que continuará con replicas, ahora el problema será observar todos los medios que el Gobierno utilizará para callarlos, para convencerlos de que lo que vivieron no fue real, que sus videos mienten, que ellos son y deben ser sólo alumnos obedientes y que al igual que los adultos no pueden ni deben cuestionar, y menos, mucho menos hacer algo porque las cosas sean distintas, mejores, de bien común.

Esperemos que no ocurra un nuevo terremoto, ni mañana, ni en días o meses, tampoco en 32 años o en muchos más, esperemos que no. Sin embargo sabemos que no estamos exentos, y que si bien la naturaleza es la naturaleza los ecocidios actuales no ayudan a que la tierra se quede quieta. Más que esperar a conmemorar este sismo esperemos que en un futuro no muy lejano podamos recordar este 19 de septiembre del 2017 no sólo como el día del terremoto, sino como el día que México comenzó a despertar.

Aunque nunca faltan los distraídos y desinteresados la verdad es que también el fatalismo no deja de hacerse presente, porque si más de un par de los jóvenes que en estos días ha estado dejándolo todo en las calles, ayudando a más de uno y salvando vidas, si más de un par de ellos llega a votar por refrendar el actual gobierno, entonces sí, ya no hay esperanza.


Y de verdad, aunque quiero creer que todo esto es el génesis de un cambio y que los jóvenes lo conseguirán, logrando encabezar un cambio verdadero y para bien, no tan en el fondo creo que la escuela y el sistema serán, como siempre en este país, quienes ganen, y nunca la gente.

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