Anteayer que aun no pasa cumplió años, y hoy que aún no llega cumple siglos. ¿Cuántos inviernos festejas gato subterráneo?
Te cantan las fastidiosas y obligatorias mañanitas y la nostalgia te invade a tal punto que te domina. El recuerdo y tus fantasmas se han apoderado de ti en éste preciso momento, y estas a punto de llorar como una niña, no puedes ocultarlo, porque ni siquiera el color azul muerte que tienen tus ojos posee tanto camuflaje, sabes bien que puede más el azul vida.
A nadie engañamos cuando decimos que los ángeles cantan con alegría hoy en el día de tu cumpleaños. Tú mejor que nadie sabes bien que es el diablo quien se lamenta y Dios quien te desea.
Habría que enfrentarse a la muerte y encararla tal y como tú lo has hecho para entender que el hombre es vida, la vida tiempo, el tiempo tedio y el tedio la muerte.
Con tus sesenta y tantos años encima sólo esperas ya resignadamente satisfecho la llegada de la pálida dama. Mientras tanto, nos sigues deleitando con tus historias de minero, tahúr y mujeriego; las cuales apuesto contaría mejor mi tía.
Presumes con la mirada baja: “mis hijos son licenciados”. Y como al parecer ya no te queda nada que sufrir, te has marcado tu meta confiando en la meta ajena, pues a leguas se nota que sólo esperas ver de blanco a tu hija en préstamo.
Tú inconfeso y mártir, tú salvador y pecador, tú que sólo ebrio posees tu sano juicio. No puedo darte nada, sino estos oídos que te escuchan con tanto asombro como los de mi padre y con tanto respeto como los de mi madre.
Cuando tus siete vidas se hayan consumado salúdame a Dios, que yo saludaré de tu parte al minero eterno.
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