8 de agosto de 2011

TULIPANES


I
Hace algunos años traté de poner un negocio propio, mi mejor amigo me recomendaba frecuentemente poner un puesto de jugos y tortas ya que yo le había platicado a él en diversas ocasiones que fue con una jugueria y torteria como mi padre pudo sostener a la familia y unos caprichos extras.

Por alguna estúpida razón y haciendo caso omiso al consejo, a la experiencia y a la lógica, me negué tajantemente a poner mi puesto de jugos y en vez de ello puse un negocio que jamás nadie (creo que ni yo mismo hasta ese momento) se atrevería a intentar: Venta y Compra de Tulipanes. ¿Raro? Quizá... No sé explicar por qué, pero la sola palabra Tulipán me produce “algo” y hablar de Tulipanes implica hablar de ese “algo” pero en plural.

Renté un local que se acomodaba a las necesidades básicas del negocio que había  imaginado (aunque me hubiera gustado uno más grande y con más ventanas). Puse Tulipanes de todos los tamaños, desde el más pequeñito y simpático hasta el más grande y majestuoso.

La gente que pasaba por la calle miraba extrañada al local y en especial a mí. En aquel mes habré vendido si acaso dos o tres tulipancitos a un precio ridículo. Pero como mi letrero decía Venta y Compra, mucha gente venía a ofrecerme mercancía y aunque yo no tenía ni para pagar la renta del local fueron pocos los vendedores que rechacé.

Al cuarto mes estaba en banca rota, debía dos meses de renta, luz, agua, un préstamo familiar y una docena de tulipanes. Todo el dinero que tenía lo había invertido en éste negocio.

La idea del suicidio cruzó constantemente por mi cabeza, después de todo no sabía qué hacer, ¿cómo pagar tantas deudas? el banco no presta dinero tan fácilmente y mi amigo además de burlarse de mí, y restregarme un ciento de veces que la idea de la jugueria era mil veces mejor, no tenía mucho dinero como para salvarme de mis problemas económicos.

Aún recuerdo que aquella mañana del once de octubre abrí el negocio tan deprimido que no regué ni al tulipán más sediento. En todo el día (para variar) no vendí nada. Cerré el negocio y pensé que con los pesos que me quedaban podría comprar gasolina y una cajita de cerillos, regaría todo el local con gasolina después la chispa del cerillo haría el resto. La verdad la idea no me desagradó del todo pero camino a casa tropecé con una mujer de tez blanca y cabello castaño, me saludó como si ya me conociera y lo más extraño era esa sensación en mí de que yo también la conocía

– El negocio no va bien ¿verdad? –me preguntó.
– No, para nada.  –le respondí descontrolado por la confianza. 
– ¡Ánimo hombre! ¿No has pensado en vender arcoíris?
– ¿Cómo?
– Sí, arcoíris. Los tulipanes son lindos, pero poca gente en el universo vende arcoíris. Podrías exportarlos a todas partes del mundo y la noticia de que vendes colores se extendería por diferentes planetas.
– Es buena idea –le dije burlón– ¿Pero dónde puedo encontrar semillas de arcoíris 
– Ten, son ocho, una por color y ésta que no vez es la que dará vida a tu arcoíris.

Puso en mi mano unas habichuelas que guardé en la bolsa como si fueran monedas. Sonrió, me guiño el ojo y después desperté. Me levanté de la cama bastante confundió, prendí la luz y traté de poner orden en mi cabeza, el sueño había sido demasiado real. Yo no acostumbro a dormir con pijama, casi siempre duermo con la ropa que use en el día, así que metí la mano a la bolsa del pantalón.

II
Los años  han pasado, hoy ya ni siquiera vivo en el Planeta Tierra, tengo una casa en el Planeta Azul de Catorce, con un patio lleno de tulipanes. Mi esposa es aquella mujer que me dio las semillas de arcoíris, se llama Isabel y nuestro cuarto está lleno de colores.

Aquella noche que me levanté la impresión de tener las semillas que había soñado fue tanta que me desmayé, pero cuando recuperé el conocimiento salí directo al negocio, eran alrededor de las dos de la mañana pero... ¿qué podía perder? Quité de su maceta al Tulipán más grande y sembré en ella las siete semillas que había en mi bolsa esperando que entre ellas fuera aquella que no podía ver ni en sueños. Supuse que como todas las semillas había que regarlas con agua y ponerlas a la luz del sol. Así que las regué cuidando no ahogarlas y a falta de luz solar saqué la maceta a la luz de la luna. Los resultados fueron inmediatos, parecía que a las semillas les agradaba la luna, un pequeño arcoíris salió de la maceta, luego otro y otro, después de algunos minutos un ramillete de trece arcoíris habían salido de esa maceta. No lo podía creer, la idea de que quizá seguía soñando no me abandonó por  mucho tiempo. Ya no regresé a casa, dormí en el local abrazado a mi maceta de arcoíris. En la mañana, cuando desperté, el local estaba inundado de colores, había rojos por todos lados, morados por el techo, naranjas en las paredes, amarillos en el suelo, los verdes se confundían con los tulipanes de toda la tienda. No lo podía creer. Abrí el negocio lleno de fe, ese día sin duda algo tenía que vender, alguna persona debería de entrar llena de asombro y comprar un arcoíris. Después de unas horas entró un señor pequeño, no llegaba a medir ni siquiera ochenta centímetros, pero tenía una barba muy espesa, orejas puntiagudas y calzaba unas babuchas.

– Quiero un par de arcoíris –dijo con una voz ronca y sacando de su pequeño pantalón un costalito de color café– No conozco la moneda del lugar pero espero que esto tenga algún valor aquí  –caminó hacia mí extendiendo su pequeño brazo para entregarme el costalito, me hinqué para recibirlo y al abrirlo vi puras monedas de oro.
– Sin duda señor. ¿Cuántos arcoíris dice que quiere?
– Dos, pero por favor dámelos con maceta porque olvidé traer las mías.
– Sí señor –como yo no sabía despachar arcoíris lo que hice fue sacar de su maceta a dos tulipanes de tamaño mediano para entregarlselas.
– ¿Los que yo quiera? –me respondió asombrado.
– Sí… por favor
– Vaya, esto es nuevo, jamás en todo el universo alguien me había dejado escoger mis propios arcoíris, vendré a visitarte más seguido muchacho.
– Lo esperaré con mucho gusto  –tomó las macetas y puso en cada una un arcoíris.
– ¿Joven, qué son esas plantas verdes que hay en el resto del lugar?
– Se llaman tulipanes señor.
– ¿Tulipanes? Que nombre tan ridículo, tulipanes, me llevo cinco, espero que esto cubra el precio de tus tulipanes –y sin dejar de pronunciar el nombre de las plantas mientras reía me entregó otro costalito como el primero.

Era genial, el primer día que vendía arcoíris y la venta era fantástica, además había vendido cinco tulipanes, ¡cinco! eso era más de todo lo que había vendió en meses, así que con lo que el pequeño señor me había dado podría pagar mis deudas sin ningún problema.

En el resto del día llegó otro cliente, era una mujer con alas, un rostro hermoso, un cuerpo escultural y de tez gris.

– Buenas tardes –me saludó con una voz dulce.
 Buenas tardes ¿la puedo ayudar en algo?
– Sí, quiero una docena de arcoíris con macetas. Espero que esto  tenga valor en tu planeta. –dio un par de palmadas y seis mujeres muy parecidas a ella entraron con unas cajitas de madera en cada mano–  Revísalas, cada una contiene el precio que considero justo por un arcoíris.

Una de las mujeres se acercó a darme una caja y al abrirla vi que en ella había diamantes. Sin demorarme más saqué doce tulipanes de sus macetas y se las entregué vacías.

– ¡Cómo! ¿Yo escogeré mis arcoíris?
– Sí, si no le molesta
– ¿Molestarme? de ninguna manera, esto sí que es nuevo, te mandaré más compradores, eres el único en todo el universo que deja escoger los colores.

Las mujeres que habían entrado con ella me entregaron las cajitas y le ayudaron a escoger los arcoíris, cuando terminaron comenzaron a salir con las masetas.

– Disculpa –me llamó la señora– ¿Qué son esas plantas verdes que  hay en este lugar
– Son tulipanes. 
– ¿Tulipanes? Que nombre tan elegante, me llevo media docena –palmeó como la primera vez pero en esta ocasión sólo vinieron dos mujeres– Espero que esto sea pago suficiente por seis de tus tulipanes.
 Claro que sí señora.

Las mujeres me entregaron dos cajas más, al igual que las otras estaban llenas de diamantes.

Aquel día los clientes siguieron llegando, sin embargo ningún humano entró, siempre venían de otros mundo, de otras razas que, para mi sorpresa, después me enteré vivían en la tierra, como aquel pequeño hombre que decía ser un duende viejo.

Casi todos los que venían a comprar arcoíris se llevaban al final algunos tulipanes, cuando sabían el nombre a unos les daba risa, a otros les parecía elegante, otros pensaban que era nombre de persona, otros de animal, hubo incluso a quienes les dio miedo el sólo nombre pero aun así se lo llevaban, decían que para asustar visitas indeseables. Conocí infinidad de seres: duendes, ninfas, elfos, brujas (algunas hermosas y con más de una tuve excelentes noches) unicornios, y sin fin de razas que creo jamás acabaría de nombrar; pero un día llegó una joven hermosa de tez blanca y cabello castaño, me enamoré de ella en cuanto entró a la tienda, me dijo que sólo quería ver pero me gustó tanto que le regalé un pequeño arcoíris y la invité a salir cuando tuviese tiempo…

Hoy ella y yo tenemos varias sucursales de compra-venta de tulipanes y venta de arcoíris por todo el universo, sin embargo sólo en la tierra no prosperó nada bien ningún giro, parece que el hombre vive feliz entre tonos grises y obscuros, a diferencia de las demás especies que habitan en el universo no quiere saber de colores.



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