SON LAS OCHENTA Y TRES HORAS, ciento cinco minutos, de la hora del limbo, del día sin nombre y del año sin época.
No he podido conciliar a lo que los mortales llaman sueño. Esto me comienza a preocupar puesto que nunca antes había sentido lo que ahora estoy sintiendo. Incluso he comenzado a pensar y eso es muy extraño.
Me hago preguntas lógicas como: ¿seguiré muerto o habré comenzado a vivir?
Y mi preocupación aumenta cuando por respuesta llega tu nombre.
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