VI A LA ETERNIDAD postrada a la siniestra del Padre,
llorando lágrimas de sangre y riéndose de sí.
Vi a Dios fornicando entre nubes grises,
después lo vi amar...
Las nubes eran cada vez más grises; luego lo vi llorar.
Vi mi ceguera echa cenizas.
Mis ojos: el oráculo de los cuervos
que depositan sus picos en mis pupilas
esperando la repuesta de un vuelo sin alas.
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