4 de agosto de 2011

UN DÍA NORMAL

“Se encontró el cadáver de una mujer,
violada, golpeada y apuñalada por la espalda;
las autoridades deducen: posible suicidio”
Un diario cualquiera de...






Era un día como cualquier otro, resultaba ya tan cotidiano ver a los comerciantes vendiendo sus armas (por docena eran más baratas) y claro, la tan rentable y eficiente marihuana. En los postes, las mujeres que trabajaban a plena luz, con la esperanza de un buen sexo, para no fingir placer en el corte de caja que ellas llamaban orgasmo. Las avenidas atascadas de carros, el ruido como  siempre insoportable y ensordecedor. Las nubes pintaban su color cenizo de todos los amaneceres prolongados hasta el crepúsculo. Los asaltantes y violadores trabajando decentemente. En los semáforos la corrupción que llega hasta el funcionario; y por supuesto, algún sujeto dentro de una cajuela. Los presos con  sus mochilas en  hombros y bueno... el pan de cada día. Simplemente nuestra  rutina.

* * *

El pequeño Pupilo abrió un libro, tal y como el  Fantasma le había dicho. Comenzó a hojearlo con curiosidad, como si quisiera encontrar en él La Piedra Filosofal sin saber de su existencia o alguna musa para regalarle sueños. Parecía como si estuviera descubriendo un nuevo mundo. Habría que haber visto los ojos del pequeño Pupilo cuando vio esa fotografía.

-          ¡Maestro, maestro!


-          ¿Qué  pasa? –le  dijo el  Fantasma–

-          ¿Cómo se llama éste mundo, en qué galaxia esta?

-          Ay pequeño, eso no es un mundo, es parte de uno.

-          ¿Quiere decir que esto está dentro de un planeta?

-          Estaba, Ellos los han extinguido. Los que quedan deberán de tener un ligero parecido con esa foto; pero no te engañes, los libros no pueden pintar

-          Aquí dice su  nombre, dice...

-          Bosques, se llamaban bosques. Eran hermosos, había árboles por todas partes, en ellos los pájaros, las ardillas y muchos animales más vivían. Aunque casi todos eran verdes había infinidad de matices. Si ponías atención podías oír el cauce del río, el aullido de algún animal que...

-          ¿Y eran muy grandes maestro?

-          ¿Grandes? Eran gigantes y...

-          ¿Y Ellos los destruyeron?

-          Si... Ellos.

-          ¿Solos, sin ayuda de nadie?

-          Ellos saben que no son  tan grandes como piensan, como quisieran serlo y eso les aterra, los frustra, es por ello que se dedican a destruir, a matar. Ellos solos pueden destruir un bosque  y  más, lo han  hecho. No te asombres de eso pequeño Pupilo.

* * *

Había un letrero que decía: Pizzas Liz  “Donde La Gente Es Más Feliz” El negocio casi siempre estaba lleno e incluso fuera muchos esperaban lugar. Dentro, como atractivo estaban unos músicos, pero nadie les hacía caso, casi todos los que iban sólo comían, bebían, discutían y se iban; algunos aprovechaban la apariencia del lugar para emborracharse y posteriormente propasarse con las  meseras. La guitarra sonaba bien, de hecho si alguien se tomara la molestia de escuchar al guitarrista tal vez quedaría fascinado, pero toda la  clientela iba por ir.

-          Una pizza hawaiana y una mexicana –se oyó al fondo.

-          En un momento se la llevo –dijo la mesera.

-          Y cinco cervezas más.

-          Sí señor.

La mesera era  linda, demasiado linda para ser mesera, y  también le iba bastante bien como para ser mesera. La gente que veía como vivía  (sobre todo los dueños y clientes frecuentes) decían que para tener esas comodidades de vida debía de tener otro trabajo, muchos decían que era prostituta o algo así, otros más creativos decían que  era una bruja que ganaba dinero leyendo el tarot, la ouija o invocando a Satán. Pero la verdad es que ella era simplemente una mujer con sueldo de  mesera y buena suerte, pero la gente sólo sabe juzgar. Quizá la estabilidad económica de esta chica radique en que los hombres ebrios la manoseaban por debajo de la falda mientras ella servía la meza; los borrachos en recompensa dejaban buenas propinas.

El guitarrista se apellidaba Meza, ella era Gladis. La jornada había terminado; ellos eran algo así como novios. No vivían juntos, de hecho ninguno de los dos vivía propiamente.

-          Ven Gladis, vamos a mi casa.

-          No sé, estoy cansada.

-          Yo también, pero vamos, mira que luna.

-          Y qué ¿si vamos a tu casa la disfrutaremos mejor en la cama?

-          Tú  lo has dicho.

-          Está bien, sólo así las cosas pueden estar bien.


Llegaron a su casa e  hicieron el amor toda la noche, sólo unos maullidos de gato se escucharon aparte de los gemidos.

* * *

-          ¿Qué es el amor Maestro?

-          El amor es volar, el amor es morir, el amor es Ella.

-          ¿Ella?

-          Si, Ella y… su recuerdo.

-          Maestro ¿El amor y  la  muerte  son  iguales?

-          Nada es igual a nada pequeño.

El Fantasma fue al nido de sus recuerdos donde guardaba la imagen de Ella. Mientras tanto, el pequeño Pupilo seguía  hojeando algunos libros de la inmensa biblioteca que su maestro tenía.

-          Maestro ¿nosotros existimos?

-          ¿A qué te refieres?
-          No sé, digo ¿acaso nuestro gato está ahí, realmente ese gato está sobre  los libros?

-          Qué cosas dices muchacho, pero si ahí no hay ningún gato.

-          Eso es a lo que me refiero ¿entonces por qué creer que todo esto es  real?

-          Porque en  algo tenemos que creer.

-          ¿Ya oyó el maullido de nuestro gato? Tiene hambre.

-          Muchacho estas enloqueciendo.

El pequeño Pupilo sólo bajó la mira y calló. Minutos después el Fantasma comenzó a reflexionar pero lo interrumpió el felino que saltó a sus manos

* * *

-          Probablemente mañana muera –le dijo Meza a Gladis–

-          No creo, no tienes tan buena suerte.

Amanecieron juntos y desnudos, era suficiente. Se bañaron, comieron y se despidieron.

-          Quizá me veas en el trabajo –comentó Gladis–

-          Eso es seguro, pero dudo que  tú  me  puedas  ver.

-          ¿Ya  lo sabes, no?

-          Sólo lo presiento. Por favor cuida mucho mi guitarra ¿sí?

-          Por supuesto, pero me gustaría que tocaras  una última vez.

-          Es que ya lo hice.

* * *

El  Fantasma estaba estudiando como de costumbre: leyendo y pensando. Mientras tanto, el pequeño Pupilo sólo soñaba, de pronto despertó sobresaltado.

-          ¡Maestro, maestro! ¿El va a morir verdad?

-          Lo siento, no puedo saber qué es lo que sueñas.

-          Es cierto, cada quien tiene sus propias pesadillas.

-          Así es, cada quien derrama su sangre como más le gusta, o como puede.

-          El va a morir, lo sé y él lo sabe, no hay nada que hacer.

-          No, sólo queda esperar. Pero recuerda que la seguridad es la incertidumbre más grande con la que podemos luchar.

-          Tú eres el Fantasma, dime ¿a dónde va uno cuando muere?

-          ¿Acaso no ves la tierra que pisan tus pies?


* * *

Hubiera sido simple, sólo tenía que darles todo lo que traía, pero lo único que ella traía era un encargo y  la seguridad  de un  nuevo  amanecer el cual nunca llegó, o al menos no en este  plano. Era  un  día  normal, tan normal como cualquier otro.



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